Historia de una historia


     Para pensar los noventa hacía falta no querer estar en el ahora y pensar en que había tiempos mejores. El problema es que la idea se gasta a sí misma para repetirse a lo largo de una historia en lo que lo único que cambia es la tecnología y todo lo que de ella depende, que es todo. Por eso mi padre tiene una pata de acero y dos cables que conectan hombro y cerebelo, pero es el mismo sátrapa de siempre. En cambio yo todavía reniego cuanto puedo de la tecnología, retrasando lo inevitable... mirando a mi viejo y diciéndome para dentro: “yo nunca voy a caer en eso”. Pero tres años más tarde necesité un brazo de carbono articulado e independiente que hoy uso para golpear a mi padre cuando se queja de los tiempos actuales. Ya me pone los pelos de puta, pero ni eso existe hoy en día. Ahora todo es realidad virtual y deseos abstractos. Hasta el sufrimiento de mi padre es abstracto, sino no le pegaría con un brazo de carbono. Él no tuvo la suerte de mi vieja, que eligió la renacción y ahora debe tener mi edad o algo así. Contrario a ella, yo casi elijo la aceleración progresiva celular. Ahora podría verme como el padre de mi padre, el artificial. El real ya no está y lo que no está no interesa, es basura de algún lugar a cien mil años luz. 
Con el tiempo me di cuenta que fue tan descarado el uso de la máquina de renacción que me angustié cuando me preguntaron a qué década de los noventa me refería, y ahí caí en que no tenía la menor importancia para nadie en esa época, salvo para el que recuerda. Y como la historia será siempre historia y mi vida, en mi estado actual, sin conservantes, perecerá en cuestión de un parpadeo, fue inteligente volver a nacer una vez más varios años atrás. Cuando todo el mundo elige el futuro, da cierto gusto que gran parte del mundo te pertenece.

Comentarios

Translate