Viaje Mochila 7.0 —Parte I—


Viaje Mochila
Parte I


Adiós mundo cruel, ya nunca te veré
Yo diré que no te conocí.
Pero todos ya comprenderán,
Qué magnífico es dejar este mundo cruel.




El antes, más o menos, todos lo conocen. Besos por acá, abrazos, los buenos deseos y todas esas cosas que se dicen en momentos como esos. La tía loca, unos amigos, familia de primer grado y otros amigos ausentes. Un poco de todo está bien. Es como una ensalada emocional, a veces, pasada de condimento.
Viajamos en modo zombi, con un empalme casi minúsculo entre la organización de la mochila y la salida. La noche desapareció en ese lapsus en que uno solo quiere no quedarse dormido y pone dos o tres despertadores.
Me pedí un taxi (que en realidad era un remise) y hablé con una máquina que siempre dice de cuatro a siete minutos de espera. ¿Y si se cortó el pedido? ¿Y si el chofer estaba mirando un serie en la Tablet y se relajó? El auto llegó a los siete minutos. Lo único que sé es que me bajé en casa de Belén y fui directo a vomitar al baño. Después mantuve el malestar a lo largo del viaje hasta Ezeiza, por lo que no tomé ni un mate.
Estuve cortando clavos desde que sacamos el pasaje, alrededor de junio del 2017, hasta el 7 de marzo del 2018. Y ahí estábamos, en el aeropuerto y cruzando los dedos para que no nos rompieran las pelotas en el check-in debido al circo de mentiras que nos habíamos ideado con Belén para que no rechazan su embarque por no tener pasaje de salida de la Unión Europea (requisito indispensable para viajar). Esta fue la primera vez que me presenté con el pasaporte europeo en un aeropuerto, aunque suelo tener la suerte de esos iluminados a los que les suena esa típica “alarma aleatoria” que suena cuando la gente va por el engorroso circuito del aeropuerto como una rata en un laberinto.
¿Quién se puede comer esa idiotez del azar en un lugar en donde el oficial de migraciones puede llegar a conocer tu culo mejor que el proctólogo? Nada de eso. La portación de cara responde todas las preguntas. Si representás cierto orgullo revolucionario o algunas notas (término tomado de la descripción de las cervezas artesanales) de hipismo extremo, el azar te rompe las pelotas y la alarma te suena en la cara. Pero si tenés cara de que tenés plata o que no representás un potencial grado de vagabundismo que vaya a afectar el ecosistema del país al que viajás, entonces el azar mira para otro lado… En fin, esto último podría dar para el caso, pero el “billetera mata galán” acá se aplica levemente modificado en un “pasaporte mata preguntas”. No era el caso de Belén, cuyo pasaporte era de color azul… en tal caso el refrán aplicable sería algo así como “pasaporte mata tranquilidad”. Y la primera piedra del camino es un pasaje de vuelta. El aéreo que habíamos sacado en junio, además de ser una oferta de una oferta (de una muy buena oferta), era solo de ida, por lo que había que presentar un pasaje de salida / de vuelta, duda que tuvimos hasta el último minuto, ya que nunca pudimos resolver cuál de los dos era, exactamente, el requisito de ingreso. Comprar un pasaje de salida (no del país, sino del espacio Schengen: grupo de países que pertenecen a la Unión Europea), no era lo mismo que comprar un pasaje de vuelta a la Argentina (desde el punto de vista monetario, claro está). Así que Belén fue esponsoreada por la madre, quien nos proveyó de un aéreo desde Varsovia (Polonia) hasta Kiev (Ucrania), con lo cual teníamos la salida del espacio Schengen. Sin embargo, como migraciones no se chupa el dedo gordo, pensamos que podían ir un paso más allá y preguntar… o yo lo preguntaría en estos términos: ¿cómo carajos van a ir desde Barcelona (destino de nuestro aéreo) hasta Varsovia?, pregunta que no se responde con elegir un simple medio de transporte, sino que implica desglosar un itinerario coherente de escalas en destinos cuidadosamente premeditados, con reservas de hoteles, cartas de invitación, números de teléfono, direcciones y, sobre todo, demostración de fondos para la aventura y un seguro de viaje que no te deje inválido en tierras primer mundistas.
En fin, todo lo que pensamos circuló por ese orden, pero no contamos con un ver un cometa, una cosa que solo ocurre cuando los planetas se alinean o cuando te encontrás un fajo de billetes en una palmera que jamás tocaste. ¡Nos encontramos con un empleado en el mostrador del check-in que no tenía la intención de arruinarnos la vida! Exacto, vuelvo a repetirlo: el sujeto no portaba ni la amargura ni el sentido de omnipotencia ni el deseo de, aún, a esa altura de su vida, transformarse en un superhéroe cuyo poder magnético nos dejara del lado de afuera del avión. El buen hombre no quería ser el primero en arruinarnos el viaje. Algo que jamás había experimentado y que, incluso, llegó a permitirme sacar la conclusión de que se disputan una especie de trofeo entre ellos y los de migraciones para ver quién produce el mayor nivel de forrismo en el aeropuerto. Probablemente este tipo estuviera retirado de las andanzas, resignado de ocupar siempre el último puesto, o más allá del bien y del mal. Lo cierto es que el pasaje de salida nos lo pidieron y pasamos un mal trago mientras hacíamos encajar el aéreo desde Polonia a Ucrania, lo cual fue un hecho que se consumó gracias a que hubo una coincidencia de fechas entre el cumpleaños del empleado y la fecha de nuestro casamiento, lo que siempre relaja el ambiente porque a la gente le encanta encontrar coincidencias de fechas entre cosas (¿?).
Ya teníamos medio viaje adentro y ahora había que pasar migraciones en Europa. Viajamos doce horas mirando películas, series y comiendo lo que habíamos pagado con la oferta de la oferta de la of… que, mal que mal, me llenó parcialmente el estómago. No hubo jetlag por el cambio horario, pero sí nos encontramos con alguien que rumbeaba hacia el podio de forrismo con una determinación aplastante. El gran cauce de migrantes en el aeropuerto tiene un atajo para europeos que supone un ingreso absolutamente relajado. Gracias a los astros de la tierra maya (¿?) pude arrastrar a Belén conmigo y evitar el paredón de fusilamiento. Era evidente cómo se relamían los guardias mirando la cola de víctimas que avanzaban como vacas en el matadero. Sin embargo, el candidato al podio de los hijos de puta estaba a punto de recibirse con nosotros y un par más que estábamos en la fila del “ingreso fácil para europeos”. El tipo nos pidió a los gritos que pasáramos el pasaporte europeo por el escáner automático. Sin embargo, aquellos con pasaporte argentino tenían la desgracia de tener que mirarle los colmillos a unos veinte centímetros y medir cada tono al responder. Y llegó el turno de Belén, que ya estaba del otro lado de la tranquera.
¿Cuándo te vas? preguntó el guardia.
No sé…
¿Cómo que no sabés cuándo te vas?
Es que vinimos a pasear y conocer.
Al otro lado del escáner había dos personas. Un hombre de unos sesenta años venido a menos y yo, que también venido a menos, pero con un sombrero y pantalones cortos. El tipo giró robóticamente su cabeza y nos miró.  
No entiendo qué están mirando esos dos dijo el guardia a su compañera de trabajo.
Es que los están esperando respondió la guardia, que podría considerarse la reina de la alegría al lado del que atendió a Belén.
¿Con cuál venís? preguntó el tipo.
¿Acaso no era evidente? Parece que no. Deben haber pasado una buena cantidad de minas “enamoradas” de pasaportes europeos con viejos (o al revés).
—Con el de sombrero —dijo Belén.
La cara del tipo era indescriptible, pero logramos dar con su identikit:




(Luego nos dimos cuenta de que se trataba de un famoso personaje de Men in Black, quien luego del éxito rotundo atravesó una vida llena de fracasos irremontables y terminó atendiendo una caja de vidrio en migraciones)





Dejame que yo sigo propuso la mujer.
—¡No! respondió el guardia.
Finalmente, cuando la rigidez de su cara se evaporó en medio de implícitas insinuaciones, pasamos.


Aterrizamos en Barcelona


Pasamos las primeras tres noches en un hospedaje que sacamos por Airbnb, hacia el norte, lejos del centro. Llegamos tan temprano que nos cansamos de tocar timbre para despertar a Gonzalo, el dueño. Finalmente una mujer nos abrió la puerta y subimos hasta el octavo a tocar la puerta a Gonzalo. Una vez ahí, finalmente nos abrió con una buena cara de sueño.
¡Bienvenidos a Japón! Al ingresar a la casa había que sacarse los zapatos. El living tenía ramificaciones de potus a lo largo de todo el cielo raso y paredes y había varios micro-acuarios por todos lados. Gonzalo admitió tener un problema al respecto, lo que podría traducirse en un excesivo aprecio por los ecosistemas marinos. Para nuestra no sorpresa, la habitación contigua estaba alquilada por dos chicas argentinas. Ya éramos cuatro. Sin embargo, casi no cruzamos palabra ya que nosotros dormíamos por la noche y vivíamos durante el día, exactamente lo opuesto a ellas.    
Como primer destino (es mi primera vez en Barcelona, incluso en Europa), pusimos la vara bien alta. Barcelona es una ciudad muy cosmopolita, con montaña y mar. Está situada al pie del mediterráneo, cerca de Francia y tiene mucha historia que hoy en día sobrevive con los cadáveres de los viejos asentamientos romanos, principalmente. Mucha de la edificación fue restaurada y la ciudad de convirtió en un punto turístico muy importante. En fin, la historia de la ciudad la pueden buscar por cualquier lado, si les interesa. Lo más interesante a mis ojos son algunos pequeños detalles que saltan a la luz si te tomás un vuelo directo desde Argentina y sin anestesia. Veamos:




Las motos tienen un curioso sistema de seguridad que conecta un candado desde el cuerpo de la moto hasta el manubrio.





¡Los cajeros de los bancos están al aire libre! Probablemente, debe haber un botón detonador de dinamita de corto alcance en el teclado (a modo se asegurarte la transacción) o un campo magnético ajustable a la figura del que utiliza el cajero. No pude descubrirlo.





El tráfico: las calles no tienen baches, los semáforos existen tanto para autos como para peatones y ciclistas (y funcionan), todo tipo de señalización está marcada sobre las calles con pintura visible y no con la resaca de una pintada de hace quince años. Y lo mejor de todo: la gente cruza por la senda peatonal (serie de líneas rectangulares dispuestas en sentido perpendicular al avance del peatón). Y no digan que saben lo que es una senda peatonal, porque probablemente lo sepan si nacieron hace más de cuarenta años, cuando se pintaron. Pero hay mucha gente que jamás pudo dar con una de ellas. Es como el Mamut, uno tiene la idea de lo que pudo ser… Por lo menos, en Mar del Plata, debe haber alguna en un museo. Acá no, y se usan. Y mientras cruces por una de ellas, los autos frenan para que pases, frenan para que pases, frenan para que pases… ¿capiche? Quizá dentro de poco también podamos encontrar en un museo argentino el pedal de freno, elemento en vías de extinción. Y si de vías de extinción se trata, acá está la bocina. No se escucha un bocinazo. Según locales, es una falta de respeto tocarle bocina a alguien, además de implicar una costosa multa.
Eso es interesante… las multas. Funcionan, y son muy pero muy caras. Tan caras que a nadie se le ocurre “distraerse sin querer”. Acá se te pueden ir todas las ganas de “ay… colgarte”, porque podés pasar un buen tiempo para pagar la multa y recuperar los puntos que te restan del carnet de conducir. Deben pasar tres años sin que cometas una falta del estilo para que, una vez que perdés los puntos por una infracción, puedas recuperarlos (siempre y cuando el monto de la multa esté depositado). Las infracciones son las mismas que allá, solo que acá se cumplen a rajatabla.
El cartel de las rotondas se respeta para quien circula, igual que el de STOP en las esquinas o la implícita de la prioridad de quien circula por la derecha (suena un poco antirrevolucionario, ¿no?).

Compras: podés pagar con tarjeta en donde se te dé la gana. Incluso estaciones de servicio y supermercados tienen autocajas, donde te acercás con los productos y los pasás vos mismo como si fueras el cajero del Toledo y luego pagás con la tarjeta. La estación de servicio funciona igual, solo que se ingresa el monto a pagar, se paga y luego cargás el equivalente en combustible. Nadie juega con la idea de que alguien pueda llevarse cosas que no paga en el supermercado, por lo que no hay mucho control sobre lo que te llevás ni tampoco hay sistemas de alarmas en las puertas.


¡Atención niños cuyo sueño sea ser cajero de un supermercado! ¡Hay pasantías gratuitas en todo España!





Para concluir con la velada de esta noche, les dejo al famoso (?) borrego cagador. Nos lo topamos de camino a casa para cenar. No sé cuál es el nombre técnico de este subnormal que defeca por las calles, pero lo cierto es que se lo encuentra por todos lados en las calles de Barcelona. Ya me dio hambre y se me antojan unos conitos de dulce de leche, ¿a vos no?

















Comentarios

  1. Sólo puedo decir una cosa: quiero un borrego cagador para poner junto a mis duendes de yeso en el jardín.

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