Viaje Mochila 7.0 —Parte II—


Viaje Mochila
Parte II


El que madruga
tiene más tiempo por la mañana




Los pequeños detalles

¿No te querés comer el garrón de entrar a un estacionamiento y ver que está todo lleno? No pasa nada, en la entrada hay un cartel electrónico que te dice cuántas plazas disponibles hay. Así que podés poner cuarta y entrar de cabeza, que a medida que avanzás, unas luces verdes te indican los lugares disponibles.

¿Llegaste a cargar nafta y el playero está terminando una partida de “la vivorita” en el teléfono y te dejó de garpe? No hay problema, podés acercarte al autoservicio de combustible, abrir el tanque y cargar lo que desees. Claro, luego lo gatillás. Así de rápida es la cosa. Otro modo es colocar el importe que querés gastar y la carga se corta automáticamente. Pero ojo, tenés que pensar si cenar esa noche o llenar el tanque. Un litro de nafta puede andar arriba de 1,60 euros.

Hoy en día sería extraño encontrar a alguien que no tenga un teléfono celular. Se puso tan al grito de la moda que los espacios públicos suelen acompañar estos devenires sociales (para bien y para mal). Hemos visto por ahí, quizá en estaciones de colectivos o, seguramente, en aeropuertos, zonas de recarga de teléfonos celulares. Pero el sistema se vio tan vinculado a la moda comepasto y la actividad física que encontramos bicicletas fijas que generan energía para tu celular. Así que si sos medio plaga, quedate sin batería. Pero apuesto a que más de uno prefiere pedalear 689 kilómetros por un 10% de batería, ¿no? Caso contrario, pedile el asiento a uno de estos locos. No solo no dejan sentarse a los viejos, sino que se absorben el chacra del shopping.

¿No posees el don de la visión? (en otras palabras, sos ciego). Lo siento, este blog no es ciegofriendly (apto para ciegos); pero sí lo son varios espacios de la vía pública, que tienen ciertas guías en las veredas para poder circular con mayor precaución. Y recuerden que esos rectángulos blancos dispuestos en forma paralela entre sí en las esquinas de las calles, acá son respetados. Para quien quiera deleitarse de este tipo de actividades (y sobrevivir), los invito a agarrar un palo de escoba, cerrar los ojos y aventurarse por las calles. Hasta incluso puede que consigas unas buenas monedas.

¿Te gusta el sometimiento tecnológico y el disciplinamiento? Buenísimo. Pero no te lo olvides al manejar. Todo un ejército de drones controla las rutas para que no te hagas el Fangio.

Si no te alcanza lo anterior, hay algo aún más tétrico. Cada año se realiza un mapeo desde el cielo para controlar que no haya construcciones no declaradas. Así que si te compraste un buen pedazo de pasto y soñaste la vida del hippie en una casa de madera en el árbol, poniendo estaba la gansa.

¡Cuidemos a los bosques! Claro, pero sos el primero en comprar una resma para imprimir refranes de 1967… Si no es tu caso, y sos forestfriendly, cuando tengas que viajar no te gastes en acercarte a la ventanilla a que te impriman un boleto de viaje; ni siquiera te gastes en imprimirlo en tu casa. Hasta te diría que ni te gastes en pagarlo, pero con bajarte el boleto electrónico al teléfono, un lector de código QR escanea tu pasaje.


Algunas de estas particularidades las extraje de la tía amparo, a quién estuvimos acompañando algunas mañanas en el campo. Dichoso campo que supo saborear dos buenos asados y donde fui mordido por una endemoniada lagartija. ¡Y solo porque quería sacarle la cola! (es broma). ¿Qué clase de lagartija sin dientes se atreve a intentar masticar el dedo de alguien que tiene más hambre que ella? Decir que la reja de la parrilla tiene los listones separados, porque si no se iba en el primer pan del mediodía. 

Llegó el momento



Atrás quedó la España. Por fin. Tendrá sus cosas, pero si un lugar esperaba pasar por alto (por lo menos al principio) o, en todo caso, dejarlo para después, ese era España. A decir verdad, siempre estuve interesado por el este de Europa. Digamos que en Argentina tenemos un panorama bastante acertado sobre qué se come en España, cuáles son sus destinos más conocidos, cuáles son sus bailes típicos; algo de su música hemos oído, etc. En fin, hablamos el mismo idioma. Diferente a lo que podría suceder con Eslovaquia, por ejemplo. Pero ese es otro capítulo.

La joda comenzó en Lyon. Y digo joda porque me encontré como gaucho con densitómetro. Dos cosas difíciles de imaginar en una misma habitación. Lo cierto fue que, vagando por las calles de Lyon (Francia), luego de ver unas simpáticas ratas en un parque, ingresé a un baño público. Yo lo habría descrito de otro modo antes de enterarme de que era un baño, y hubiera sido algo así: refugio termonuclear de difícil acceso e inmaniobrable. Aquello que parecía un simple baño con una puerta de metal sellada y tres botones de color verde, naranja y rojo se transformaron en una cápsula hermética. El detalle de color es que una vez que alguien lo utiliza, el baño se cierra y se higieniza automáticamente, para lo cual se apagan las luces, se cierra la puerta y empieza a lloverse por todos lados, inundándose el piso. Lo que el maldito bunker no supo es que yo me había duchado la noche anterior y no necesitaba ningún tipo de higienización. Ese fue el problema uno, que era nada en comparación al segundo: darme cuenta de que realmente se trataba de un búnker y estábamos comenzando una nueva guerra.

¡Cuiden el agua que es un recurso no renovable! Y te sacuden con ridículos aumentos de Obras Sanitarias, Aysa o la empresa que sea (dependiendo de tu ciudad). Lo que en realidad significa: si no la vas a usar, por favor cerrá la canilla. En Francia el agua es gratis. Exacto, Francia, que no tiene las reservas de agua que tiene Argentina. Es más, hay fuentes de agua por la ciudad (algunas con el agua corriendo las 24 horas del día), como en todo Europa, y si vas a comer a un restaurante, te sirven la botella sin ningún tipo de costo. Sí, no te vale 50 mangos una botella de agua. ¿Estarán mal de la cabeza? ¡Quizá son tontos y no se dieron cuenta del desperdicio de agua que eso genera! Pero nosotros que somos tan vivos preferimos creer que es tan escasa que nos parece bien que nos la cobren (ojo, quizá te empiecen a cobrar el aire que respirás). Las plantas de agua potabilizadora existen hace más de 30 años, incluso hay plantas desalinizadoras para transformar el agua salada en agua dulce. Y no te creas que el billete que te cobran por el servicio va a modificar la accesibilidad del agua en los pueblos africanos. No no. En fin, no tengo jacuzzi, pero no sé si lo llenaría hasta el tope...

Otro asunto interesante en relación a los servicios es la basura. Entonces ya nos vamos para Italia. Y digo interesante cuando en realidad debería decir gracioso. En Italia, a la basura la llaman immundizia. "Hey, ahí viene la immundizia" podés escuchar antes de que llegue un camión que se toma el meticuloso trabajo de separar bolsa por bolsa todo lo que se lleva (y eso que acá el esquema de recolección es bien detallado). Es más difícil coordinar para sacar la basura correcta en el momento correcto que tomar mate con el papa en el Vaticano y bajo la supervisión del Conde Drácula. Por lo menos en casa, Belén me tiene con 5 bolsitas diferentes y un mapa con referencia auditiva para saber dónde tirar los desechos. Esta es la immundizia italiana. Y si de inmundizia se trata, tomando mate sobre el borde de un rio se me pegó una garrapata a la pierna. Días atrás había llegado al punto de secar la yerba del mate para reutilizarla y a esta loca se le cruza por la cabeza sacarme la sangre, ¡estamos todos locos! Si se me cae una gota soy capáz de lamerla del piso para no perder el hierro que me provee el único pedazo de carne que podemos comer cada diez días (quince días).



De alguna forma, luego del paso fugaz por Lyon, habíamos llegado a Italia a pasar el tiempo que fuera necesario para hacer los papeles de la ciudadanía de Belén. Cruzamos túneles interminables desde Francia hasta llegar a Génova, la primera parada. Luego combinamos hasta llegar a un pueblo de diminutas dimensiones llamado Licciana Nardi, escondido en la Toscana. La escala adecuada para poder imaginarlo es esta: una verdulería, una peluquería, una librería escolar (pero no hay escuela secundaria, ojo), dos bares (ahí se fueron a la mierda, duplicaron la cantidad de cualquier otro local comercial), un restaurante, un cajero… y así. Este pueblo, como otros tantos de la zona, depende de una pequeña ciudad llamada Aulla, la cual conecta con la vida real. Pero desde Licciana, el espacio-tiempo se toma un descanso. Como todo es uno acá, vivimos sobre la peatonal, que va de esquina a esquina (¿unos 150 mts?). De un lado, el arco de entrada; del otro, la comune (municipalidad). En el medio se extiende un promedio de 89 años per capita (esto ya habiéndolo rebajado con nuestros treinta), ya que nos encontramos en una zona de gente jubilada que viene a decirle adiós al mundo cruel y a gastar su jubilación en los recontra remarcados precios de los comercios. Este último dato me ha llevado a unir Licciana con Aulla (poco menos de 10km) corriendo, hasta el PennyMarket, el supermercado de los descuentos, para hacer cuantiosas compras y así sobrellevar el aburrimiento de tener que pasar un mes entero en el pueblo. De vez en cuando salía con una mochila vacía y algunas bolsas hasta el supermercado, hacía la gran compra gran y me tomaba el bus para volver a casa cargado como mula.



¿Por qué teníamos que pasar un mes en el pueblo? En realidad, ese era el plan más optimista. Podrían haber sido meses… Pero no, tuvimos la suerte de poder realizar todos los trámites en un único mes y librarnos de las garras de Licciana. El circuito es cerrado y hay que entrarle por algún lado. Para presentar los papeles de la ciudadanía en la comune hay que declarar un domicilio, para declarar un domicilio se necesita un código fiscal, para pedir el código fiscal se necesita un acto de presencia, para el acto de presencia se necesita un domicilio. Y así puedo seguir todo el día. ¿Cuál es la solución? Primero asumir que Italia es tan parecido a Argentina como dicen, aunque solo tenés que dividir la burocracia y la incoherencia argentina por 8 y ya estás hablando de la burocracia e incoherencia italiana. Así que nos sentamos como buenos pescadores a ver quién mordía el palito o se corría un poco del absurdo margen para que pudiéramos entrar. Y lo logramos gracias a Leo, un músico de un excelente español que nos alquiló la casa a un módico precio. A partir de ahí, todo fue color de rosa y pudimos dejar de mirar hacia atrás el episodio de tener que regatear en un hotel 3 estrellas (uno de los dos que había en Aulla) la noche que llegamos desde Francia. El tipo de la recepción, simpático, se horrorizó cuando le hicimos la petición de una habitación con cama matrimonial para 3. Y a decir verdad, fue en función de esquivar el tema que accedió a nuestra propuesta. Esa noche no, pero la mañana siguiente, en el buffet y con el desayuno incluido, recuperamos un poco del presupuesto invertido en una sola cama por un par de horas (esto sin contar la pastilla para el dolor de estómago que nos produjo semejante ingesta). ¡Y qué mejor que rematar con una naranja sangrante de postre! Si hubiera sido parte de la entrada, supongo que la pensarías dos veces antes de comértela.

El pasmo de la chusma del pueblo fue grande. Más de una vez temí haber salido desnudo, porque la sorpresa de la carne fresca era evidentemente muy aguda. Con el correr de los días (insisto, el espacio-tiempo en Licciana se caga de risa) nos fuimos haciendo de personajes conocidos. Dos de ellos fueron los de la comune, que deben seguir teniendo pesadillas con nosotros o cáncer de huevos, porque nos volvimos unos expertos persistentes. Luego llegaron dos Mura, como Belén. Padre e hija, Adriano y Andrea. El primero, el nono, un personaje situado más allá del bien y del mal, pasa sus tardes en el bar tomando café, hablando con la gente y llevando a pasear a extraños por los alrededores. La segunda, una mujer de unos cuarenta que nos fue de gran ayuda para traducirnos a los de la comune. El segundo paso fue comenzar a recibir facturas, tartas, pastafrolas, etc. Un deliberado placer para nosotros, puesto que el pueblo entero se preguntaba qué era de nuestra vida que no andábamos exponiéndonos por la calle principal como todo el mundo. Pero nuestra misión era clara: había que esperar a que pase la policía a comprobar que efectivamente vivíamos donde dijimos que vivíamos. Y eso podía tardar lo que podía tardar.

Los dos besos italianos y arranca el día. Y "el día" resume todos los días, porque como dije antes, el espacio-tiempo de Licciana Nardi es un paréntesis. Sobre todo en el aspecto de la gente. Como la mayoría de las personas, nunca se sabe cuándo pasan de los cuarenta a los cincuenta. Los detalles son casi imperceptibles, hasta que pasás los setenta y te acordás que ya no tenés tanta fuerza. Nosotros tampoco supimos cuándo se fue el mes entero que pasamos en el pueblo.




Florencia, la ciudad del Arte (o de las bicis chuecas)




En nuestra estadía por la zona de Licciana Nardi, en la Privincia de Massa, nos hemos escapado por los pueblos de los alrededores, por las Cinque Terre (hagamos un paréntesis para recordar a este lugar como el primero en dejarnos una jugosa multa por no haber sacado los tickets de tren que debíamos. Entre la prisa y la poca información, optamos por avanzar según lo que nos pareció en el momento, lo cual solo nos costó, luego de ciertos atenuantes que el guardia supo comprender, unos 108 euros (66% de lo que era al principio, es decir, 162 euros), Pisa y Florencia. Esta última mejor conocida como la ciudad del arte. Sin embargo, más allá de que está el famoso David de Miguel Ángel, una de las cosas que más me llamó la atención es la cantidad de bicicletas con la rueda descentrada (torcida) que hay. Ustedes dirán: este pibe se perdió de ver al David por sacarle fotos a las bicicletas. Y, en cierta medida, tienen razón. Solo que no fueron excluyentes. El David no lo vimos porque había que pagar y hacer una cola bastante larga (en ese orden). Y ese mundo de turismo no nos interesa demasiado; tampoco el David. A decir verdad, no tiene un gran valor para nosotros, lo que no implica desconocer el valor artístico que alguien idóneo en el tema pudiera darle. Pero a nuestros ojos es una estatua más entre cientos y, a decir verdad, la juzgaríamos más por lo que se dice que es que por lo que podemos apreciar al verla. Pero volviendo al fenómeno de las bicicletas, tuve la ilusión de ver a alguien subirse a una de ellas. Quizá ahí hubiera descubierto un nuevo modo de maniobrarlas. Pero me quedé con las ganas.


De cualquier forma, no fuimos a Florencia por el David o por las bicicletas, sino porque el dueño de la casa que alquilamos en Licciana nos contactó con su tío, un padre de 80 pirulos que vive en un convento junto a otros tres más padres que él. Hecho el contacto, fuimos a pasar la noche a la mansión. Claramente lo era, un espacio inmenso que supo albergar a casi veinte curas, pero que hoy en día solo se quedó con cuatro. Quizá la popularidad de la religión tenga sus altibajos también, como las zapatillas Flecha.

Nos dieron la habitación uno del tercer piso. Dos camas, un placard, un escritorio y dos lavabos. Exacto, repitamos el último ítem: dos lavabos dentro de la habitación. Por poco tuve miedo de encontrar el inodoro dentro del armario. Ese dato puede ser relevante para rastrear la edad del edificio, que no sabemos con exactitud. Lo cierto es que se trataba de un enorme complejo situado junto a una escuela y un jardín (también parte del convento) cuyos pasillos estaban impregnados de un particular olor a Hipoglós. Creo que esa palabra ya puede presentarles el olor instantáneamente. Pero no desentonaba con la decoración del lugar.

Los cuatro padres resultaron ser muy curiosos con respecto a la Argentina y su política. Se vieron interesados en qué hacíamos y por suerte supieron no hacernos sentir incómodos preguntándonos algo sobre religión porque seguramente nos hubieran condenado al infierno. Pero como nos estaban recibiendo en su casa, además de obviar temas incómodos, nos invitaron a comer, a tomar vino local y esos cafés del tamaño de un dedal que tienen la capacidad de agujerearte el estómago.

Prontos a terminar el recorrido, habiendo hecho todo lo que debíamos por la ciudadanía, y a la espera de que estuviera listo el pasaporte, nos fuimos para Roma, donde pasamos tres días recorriendo todo lo que había para recorrer, comiendo los típicos platos en los típicos restaurantes para italianos: pasta a la carbonara y a la matricciana, una delicia que nos salió un ojo de la cara y para lo cual compensaríamos con semanas de arroz paposo y sal. Sofía, Nerina y Emmanuele nos acompañaron en la aventura desde la tradición italiana. Y también nos introdujeron en un aspecto particularmente clave del sur: el hecho de que si no te casás, no te podés ir de la casa de tus padres. Y esto no es una práctica que data del medioevo, sino que es una tradición que hoy en día aún persiste. Nos presentaron un caso en particular que preferimos dejar en el olvido, ya que imaginar situaciones de tal magnitud con adultos que rozan los cuarenta me resulta un poco trastornado.


El vuelo a Bratislava (Eslovaquia) salía al día siguiente temprano en la mañana, por lo que decidimos ir a pasar la noche al aeropuerto. Grave error. Ciampino, el condenado aeropuerto romano de los lowcost, está listado dentro de los 10 peores aeropuertos del mundo. No por nada reciben tal honor en el podio, sino por el hecho de que cierran desde las 00 hs hasta las 4 de la mañana, lapso en que desearías morir y volver a nacer antes de tener que enfriarte el culo durante cuatro horas en la puerta del aeropuerto. Sabemos que hay otros casos en el mundo. Claro que eso no resarce el daño psicológico, sino que te hace repartir el odio entre todos los que fomentan dicha práctica siniestra. Estimo que tal molestia es un modo de adormecer a los pasajeros cuando suben al avión para evitar pensar que, como se trata de un avión lowcost, las posibilidades de que no vuele son mayores; algo entendible para un servicio de tren o de bus, pero impensado para un avión, donde no hay segundas oportunidades ¿cierto? Gracias al clima, no morimos congelados ni tampoco nos llovió. Pero así arrancamos para Europa del Este.

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